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jueves, 4 de septiembre de 2008

Pueden poner muros al migrante

Pueden poner muros al migrante, pero no a la canción, dice Viglietti
(Andrés Aubry)
Su mensaje, muy penetrante, en estos tiempos tan duros que asesinan la emoción, afirma



Viglietti, Hortensia y Marcos

“A desalambrar, a desalambrar, que la tierra es nuestra, es tuya y de aquel.” Este canto ha sido entonado por los sin tierra, los Pedros, Marías, Juanes y Josés, de distintos países, mientras toman fincas, haciendas; mientras toman lo que es suyo y no del que tenga más.

La canción A desalambrar, compuesta por el uruguayo Daniel Viglietti (Canciones para el hombre nuevo, 1968), tiene vida propia y camina por los campos del sureste mexicano, de Paraguay (en guaraní), de Puerto Rico (a ritmo de salsa), y hasta de Filipinas (en tagalo).

En Chiapas, los zapatistas cuentan que mientras tomaban las fincas iban cantando “a desalambrar, que la tierra es nuestra”.

Viglietti recién regresó de un breve viaje a San Cristóbal de las Casas, donde ofreció un concierto el pasado viernes en el marco del simposio internacional en memoria de Andrés Aubry. También se reunió con un grupo de militantes zapatistas, entre ellos el subcomandante Marcos, quien sugirió hacer una versión de Canción para mi América que dijera “la marimba zapatista, peleando aprendió a cantar”. Los chiapanecos y el uruguayo platicaron y cantaron, él, acompañado de su guitarra. Le sorprendió descubrir que los jóvenes rebeldes enmascarados se sabían sus composiciones, contó en entrevista con La Jornada.

“Como si fuera un pajarito”

Quizá a nadie más que a él sorprenda ese hecho, ya que su poesía y música han acompañado, durante décadas, a generaciones de hombres y mujeres que tienen su corazón político a la izquierda; a quienes buscan un canto que les diga, sí, estás acompañado, aún en los momentos más oscuros (“Nada nos queda y hay sólo una cosa que perder, perder la paciencia y sólo encontrarla, en la puntería, camarada” –Sólo digo compañeros); a los latinoamericanos exiliados, como él en París durante los años 70: “Qué lejos está mi tierra, y sin embargo qué cerca, o es que existe un territorio donde la sangre se mezcla” (Milonga de andar lejos). Por sus andanzas en el exilio, sus canciones también han sido cantadas en sueco, alemán y noruego.

La canción, dijo Viglietti, quien ahora reside en Montevideo, es “como si fuera un pajarito que se nos posa en el hombro y nos va diciendo cosas al oído... no mucho más que eso... O, podría decir, ¡cuánto es eso! Porque el mensaje es muy penetrante, entra por lo emocional, en estos tiempos tan duros que asesinan la emoción. La televisión continuamente aniquila la emoción y la inteligencia, lanza minimisiles ideológicos”.

Pero no descarta a la televisión como herramienta. Por ello, tiene un programa, Párpado, transmitido por un canal municipal de Montevideo y retransmitido por Tele Sur. También tiene un programa de radio, Tímpano.

“La canción no tiene aduanas, no necesita pasaporte para cambiar de territorio. Se pueden poner infames muros” al migrante, pero no “a la canción, ni al poema, ni a la imagen, ni a la danza, ni al pincel”.

Viglietti suele referirse a su composiciones como humanas, parafraseando a César Vallejo.

Canciones humanas, “de la lucha, de un niño que se duerme sintiendo ideas, de un paisaje, del amor”, que intentan hacer frente a “tanta inhumanidad”: “¿Qué más inhumanidad se puede pedir que la masacre que se hace en Irak?”, que lo que ocurre en Guantánamo, donde “se tortura y se da clases de tortura de parte de los yanquis (una especie de laboratorio del horror en un territorio usurpado a Cuba)”.

A la inhumanidad se suma la pobreza, “absolutamente desesperante”. El Che “se nutrió de esa desesperación. Mientras ciertas izquierdas progresistas esperaban el momento ideal para cambiar las cosas, él sintió que había que arriesgarse a cambiarlas lo antes posible”.

–¿Por qué, con tanto horror, no hay grandes rebeliones?

–El corazón de la conciencia en todos nosotros late mucho más rápido que los cambios reales, pero creo que es necesario que haya esas puntas de flecha, como el Che Guevara, Camilo Torres, Lucio Cabañas, que van abriendo camino. Hasta que un día la punta de flecha sea horizonte, hasta que Marcos se escriba con minúscula, como símbolo de algo que enmarca, que rodea una realidad masiva”.

El poeta y músico lleva una relación estrecha con México desde hace tiempo, inclusive su compañera es una sicoanalista mexicana. En esta ocasión fue invitado para participar en el Festival de Campeche.

Del breve tiempo que pudo estar en el simposio chiapaneco, opinó: “Sentí como un pequeño eco de lo que fue aquel encuentro más amplio en 96, el intergaláctico. Es una etapa diferente, pero respiré esta cosa zapatista que permite razonar desde un ángulo diferente, no los ángulos más tradicionales de los grupos progresistas”.

El zapatismo “es una parte de la realidad de México muy fuerte, como símbolo que se ha difundido en el mundo. Decir ‘marimba zapatista’ no excluye a otras zonas, a otras historias de México. Como no-mexicano trato de entender esta realidad, que a veces se parece mucho a un rompecabezas, pero no a un rompecorazones, porque el corazón rebelde de México es un cuerpo único, a pesar de todas las arterias, cruzamientos, oposiciones, contrapuntos, sístoles, diástoles. Es un órgano que esencialmente debe ser único, y creo que la historia lo va a ir demostrando, más allá de peripecias, aciertos, errores, logros, fraudes, todo lo que ocurre en este país tan fuerte en vivencias y aveces, tristemente, en murencias”.

Esperanza de cambio

Regresando al tema del simposio, opinó que respiró “un ambiente esperanzado”, aunque con “cicatrices de cosas que ocurren en el mundo

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